domingo, 24 de noviembre de 2013

3

Su cara de sorpresa se tornó rápidamente en una amplia sonrisa de algo que parecía rozar la locura.


-La escena volvía a repetirse, esta vez con colores más puros y con diferentes personajes y contexto. No yacía en el suelo, estaba de pie; recordaba lo ocurrido perfectamente, ni rastro de pérdida de memoria; debía de ser casi medio día y millones de rayos de luz penetraban en el cuarto, rebotando en los minúsculos trozos reflectantes que se repartían por el suelo sin llegar a camuflarse con éste, no como la otra vez, habiendo probablemente caído el sol y siendo éstos transparentes y algunos sorprendentemente grandes; su pelo era oscuro y estaba mojado, pero de sudor, y se encontraba agotada y enfurecida, conteniendo la Ira, en cambio, el suyo había sido dorado y color fuego, y sobre ella se cernían sentimientos de soledad y abatimiento por parte de la realidad. Mas al fin y al cabo, era la misma escena, el mismo acto de la misma obra, en distinto teatro, con distintos actores y guión. Y por supuesto, el mismo narrador.-

El fluorescente del baño que se situaba sobre el armario-botiquín parpadeaba. Tenía que cambiarlo, estaba en las últimas, como un corazón que late lo poco que ya puede, gritando socorro en código morse hasta que deja de pulsar y queda sin voz, admitiendo la derrota. Gracias a no se sabe quién, aquel trozo de vidrio no pedía auxilio, por lo que lo único irritante -a parte de sus manos- era la intermitencia de su luz. Nada de pedir ayuda. Y mejor que no, pues ella no soportaba aquellas cosas.
Evitaba el contacto visual "directo" con su reflejo, por lo que había dejado la puertecita del armario abierta, casi de cara a la pared, como si estuviera enfadada con ella. Se limitaba a mirar sus manos con el ceño fruncido, viendo cómo una envolvía a la otra, que a su vez había sido cubierta con algodón, dándole vueltas y más vueltas de rabia con una venda hasta tapar aquel cuadro destrozado, lleno de blancos, rojos y algún que otro rosa pálido. Cuadro que se repetía en su otra mano, pero que ni aun habiendo sido trabajados con sangre, sudor y lágrimas serían dignos de estar en una sala de exposiciones de un pueblucho perdido del mundo. No saldría en las noticias como un nuevo estilo de arte moderno, con una buena crítica y una foto en la portada, anunciando su llegada por todo lo alto. No, ni siquiera eso. Se valdría de un simple y cutre título, algo así como "Ira en rojo" y estaría colocado entre otros feos cuadros, inservibles, pero más llamativos que éste, reduciéndolo a polvo.
Cuando hubo terminado de vendarse las manos, dejó el rollo en el segundo estante del armario-botiquín y apretujó el algodón para que quedase bien plano y reducido, de manera que cupiese sin problemas. Alargó la mano para cerrar la puertecita, pero se detuvo al instante. Cerrarla conllevaría verse, verla, si es que aún estaba por allí. Pero, ¿allí dónde? ¿Y quién?
Cerró el armario de golpe, con la mirada clavada en sus pies, a los que dirigió a la salida del cuarto. Pero en un último momento, en el segundo en que la curiosidad pudo con todo, entonces levantó la mirada hacia el espejo, y la vio. Se vio a sí misma, mirándose. Tenía los ojos un poco encharcados, y en ellos había algo parecido a la furia.
Mas en la casa no había más que ella, y estaba en el baño, a punto de salir, de "escapar", con las manos vendadas y con los pies sobre el congelado suelo de mármol. El frío le recorría toda la espina, pero ahora se negaba a temblar, se negaba a zozobrar ante el océano de su mente. Not today. Allí sólo estaba ella, compartiendo piso con la soledad, unas sábanas y un fluorescente casi muerto. Y no más.